MANSFIELD, Texas— En una reciente noche de viernes en Lake Ridge High School de este suburbio al sur de Arlington, Alex Hawkins se sentó solo en la parte superior de un gimnasio que, usando lenguaje coloquial de esta época, permitía un gran distanciamiento social.
Aunque no todo el mundo en el gimnasio usaba una mascarilla, él sí.
En un esfuerzo por mantenerse a salvo, Hawkins, un entrenador de 47 años de Duncanville High School, cuyos Panthers jugaban contra los Eagles de Lake Ridge, decidió aislarse por encima de los asientos más abarrotados de abajo. Mientras Hawkins observaba a los equipos de baloncesto masculino completar su calentamiento, se puso filosófico respecto a cómo enfrentar la situación.
Al igual que la mayoría de los estadounidenses, se ha comprometido a seguir las reglas, a respetar la distancia que hay que tomar, pero como los millones de personas que no son desafiantes en medio de una pandemia mundial —quienes creen que seguir las reglas acabará con ella más rápido que nada—, anhela el día en que la vida pueda volver a la normalidad. Sea lo que eso signifique.
"Lo mejor que podemos hacer es llevar la cara cubierta, practicar el distanciamiento social, lavarnos las manos. Se trata de las pequeñas cosas— vacunarse. Son cosas que podemos hacer para intentar prevenir contagios. Practicar el distanciamiento social, y simplemente ser conscientes en qué punto de la enfermedad estamos y cómo vamos con ello".
En cuanto a los que están sentados debajo de él en el gimnasio de Mansfield, Hawkins dijo: "He relajado mi postura para algunas cosas. Este público está bien. Si tuviéramos unas tres, cuatro, 500 personas más, entonces me preocuparía".
El gimnasio en el que se encontraba Hawkins no estaba para nada cerca de llenar su capacidad total. Los espectadores —algunos con mascarilla, otros no— se hallaban en su mayoría en las secciones inferiores, cerca de las bancas de los equipos.
"He vivido la mayor parte de mi vida sin tener que usar una mascarilla, ni preocuparme de si estoy vacunado ni de si estoy demasiado cerca de alguien", dijo Hawkins. "Y ahora, en dos años, justo esas cosas se han convertido en mis preocupaciones. Hemos visto a gente morir; hemos visto a gente enfermarse".
Y luego, expresando lo que todos sentimos, añadió con un suspiro: "Estamos hartos".
Kenneth T. Novice, presidente de Dallas Summer Musicals, sabe lo que Hawkins siente. Novice, de 59 años, está triplemente vacunado, al igual que la mayoría de su personal. El local de su empresa, Music Hall de Fair Park, sigue la estricta política de hacer que todos los espectadores usen mascarilla, sin excepciones.
Esa política ha funcionado. Desde que Music Hall reabrió sus puertas a los espectáculos de Broadway en agosto, después de 17 meses de ausencia, ha recibido a más de 230,000 espectadores para Wicked, Hamilton y Jersey Boys, enfatizando lo que Novice llama un nuevo giro a un viejo mantra suyo:
"El espectáculo debe continuar".
Se habla mucho de las personas de alto perfil que se niegan a vacunarse, la estrella del tenis Novak Djokovic siendo la más reciente de la que se tiene noticia, pero, en opinión de Novice, estos casos retratan una narrativa falsa. La mayoría de la gente, dice, está vacunada; la mayoría intenta hacer todo lo posible para detener la propagación del virus.
Y, sin embargo, tanto si están vacunados como si no, la gente de todo el mundo está, en este momento, 'COVID entumecida'. No está de acuerdo con los antivacunas, pero al mismo tiempo anhela volver a la normalidad. Si te dedicas a los negocios, como hace Novice, lo que no quieres es regresar a las tres temidas palabras de 2020:
"No hay ingresos".
Se trata de un proceso de aprender a enfrentar situaciones, de aprender a lidiar con una pandemia global que ha matado a más de 5 millones de personas en todo el mundo, y cuya última variante, ómicron, está añadiendo su propio giro cruel al drama actual.
Ya sea en un puesto de venta en Kay Bailey Hutchison Convention Center, o en Katy Trail, o en Victory Park, o en un salón de clases o en el gimnasio de Mansfield, miles de personas en el norte de Texas, cada una a su manera, se adhieren a la filosofía de Novice:
El espectáculo debe continuar.
Haciendo que el dinero alcance para vivir
Raymond Gibby está sentado al final de una larga fila de puestos de vendedores en el centro de convenciones, frunciendo el ceño detrás de unas gafas de montura fina mientras moldea una masa de arcilla, hasta convertirla en el comienzo de una de sus esculturas de bronce.
Conforme se extiende el ómicron, él está sin mascarilla y sin inmutarse en medio de un mar de cazadores y entusiastas de la vida salvaje que visitan la mayor conferencia anual de conservacionistas de Dallas. Espera lograr vender algunas de sus obras.
"Cualquiera que está aquí siente que está bien estar aquí", dice Gibby al respecto del salón de convenciones atiborrado de gente.
Gibby admite haber tenido dificultades para hacer que el dinero alcanzara para vivir durante la pandemia. El artista escultor de Utah tiene siete hijos a su cargo.
"Se trata de dos años de frustración", dice.
Viaja y vende sus obras en convenciones como esta, así como en galerías y en internet.
"Trabajo en todas ellas y salgo adelante. Si me quitas uno de esos elementos, ya puedo salir adelante", dice.
Michael Simpson, cuyo negocio familiar de taxidermia en el área de Houston perdió alrededor de un tercio de su negocio al comienzo de la pandemia, se encuentra entre las personas esperanzadas, las cautelosamente optimistas.
Encontramos a Simpson en la convención Dallas Safari Club, reuniéndose en persona con posibles clientes.
Simpson se muestra confiado y cree que lo peor de las interrupciones y cierres de negocios ha quedado por fin atrás.
"Reunirse en persona y hablar con los clientes es mucho mejor que hacerlo por internet... no se consigue ni de lejos el mismo volumen", afirma.
La misma sensación de optimismo cauteloso, de querer que el espectáculo continúe, se podía encontrar en Katy Trail, que, en medio de la neblina fría del domingo por la mañana, estaba lleno de corredores, entusiastas del patinaje y personas que caminaban tranquilamente.
En el pico de la pandemia, cuando la ciudad estaba prácticamente cerrada y los habitantes buscaban formas de salir de casa, el ejercicio al aire libre ofrecía una vía de escape. Para Rodney y Gena Lamb, esa tendencia ha continuado hasta bien entrado el segundo año de COVID-19.
La pareja, que vive en el centro de Dallas y trabaja en el sector de los servicios financieros, se aseguró de pausar el entrenamiento que se estaba registrando en su Apple Watch. Usan el ejercicio como una forma de protección contra el virus.
"Mira cuánta gente más sale ahora a la pista, y creo que es gracias a COVID", dijo Rodney. "Está haciendo que la gente sea más consciente en cuanto a la salud. Creo que eso es bueno".
Aparte de las docenas de millas que recorren a la semana, los Lambs afirman que sus vidas han vuelto a la normalidad en su mayor parte. Usan mascarillas en zonas concurridas, pero no mientras hacen ejercicio en la pista. Ese tiempo con la naturaleza, lejos de los recordatorios del COVID-19, es su forma de combatir la fatiga causada por la pandemia.
Aunque los casos de COVID-19 aumentan, cualquier preocupación que sintieron al principio de la pandemia ha disminuido desde entonces. "Personalmente, no me afecta", dijo Rodney. "Solo sigo las reglas".
Kim Noltemy, presidenta y directora general de Dallas Symphony Orchestra, comparte las preocupaciones de Rodney y Gena Lamb, y se compromete a mantenerlos a salvo—a la vez que se asegura de que personas como los Lamb puedan ir a Meyerson Symphony Center cuando lo deseen.
Hace tiempo que Noltemy estableció precauciones entre bastidores para hacerles pruebas de COVID a los músicos y al personal, pero este pasado fin de semana fue aún más lejos: DSO exigirá ahora a quienes asistan a sus conciertos que presenten una prueba de vacunación o, en su defecto, que se sometan a una prueba gratuita de COVID in situ.
La DSO ha aumentado gradualmente el número de espectadores, pasando de 100 a 200 y luego a 500, hasta alcanzar el 70% de su capacidad de más de 2,000 personas.
"Nuestra intención es tener el entorno más seguro que podamos y que la gente se sienta cómoda", dice Noltemy, que, con un suspiro de cansancio, añade: "Estamos haciendo todo lo posible para evitar que el cierre del lugar".
Porque, al igual que otros millones de estadounidenses cansados de navegar por los mares del COVID, lo último que quiere es un cierre como el de 2020. Y, la mejor manera de evitar la palabra con 'c' —'cierre', algo que nadie quiere que suceda—, es seguir la filosofía del difunto Warren Zevon, que en su balada "Don't Let Us Get Sick" lanzaba una advertencia: "No dejes que nos volvamos estúpidos, ¿de acuerdo?".
"Solo haz que seamos valientes", escribió Zevon, "y haz que nos portemos bien. Y déjanos estar juntos esta noche".
Pero, como dice Noltemy tan conmovedoramente, parte de lo que se suma a la sensación de estar 'COVID entumecidos' es cómo el hacer que nos portemos bien, simplemente para estar juntos esta noche, es mucho más difícil de lo que parece.
La sensación de esperar que nos portemos bien como forma de combatir el cansancio continuo se siente con más fuerza en las escuelas del país, donde, por supuesto, hay niños involucrados.
Las familias han ido encontrando poco a poco sus propios ritmos en estos dos últimos años. Pero el reciente aumento de casos positivos debido a la variante ómicron en el norte de Texas, que se produce al mismo tiempo que el regreso a las escuela, está desequilibrando a muchos.
Para Sandra Roman, el inicio del nuevo semestre no le causa miedo —está acostumbrada a ello—, sino que renueva las preguntas y la incertidumbre que siempre estuvieron presentes al comienzo del año escolar.
¿Está Roman, madre de un alumno de octavo grado de Thomas J. Rusk Middle School de Dallas, preparada para que los alumnos vuelvan al campus? ¿Podrá la escuela seguir contando con todo el personal en medio de la oleada de ómicron?
"¿Están preparados para atender cinco o seis casos?", dijo Roman, de 43 años. "¿Qué va a pasar entonces si tenemos a volver a las clases virtuales? Si esto se descontrola, como de hecho está pasando, ¿qué van a hacer la escuela o el distrito?".
Esas preguntas, por sí solas, la entumecen. Una Roman resignada lo ve como algo con lo que todo el mundo está lidiando.
Intenta encontrar consuelo en la creencia de que esta no siempre será la realidad de su familia. Por ahora, envía a su hija a la escuela, sabiendo que la niña de 13 años usará una mascarilla durante todo el día porque ya ha estado enferma de COVID-19.
Su hija, Marley, ha vuelto a su rutina en la escuela, aunque ahora la adolescente permanece alerta, distanciándose de sus compañeros cuando ve a alguien toser y lavándose las manos varias veces al día.
Al final, todo se reduce a una cosa.
"Superaremos esto", dice Roman, casi como un mantra para sí misma. "Saldremos adelante".
A unas cuadras de distancia de Meyerson, la sensación de entumecimiento mezclada con un optimismo receloso se acumulaba en Victory Park. Allí, escondido en un rincón tranquilo de Brewed + Pressed, Robel Eyob se sentaba frente a un monte de libros y a su computadora. Era uno de los pocos clientes que se pasaban todo el día en la cafetería el domingo.
Como residente de segundo año de medicina en un hospital del norte de Texas, Eyob ha visto lo peor de la pandemia de COVID-19. Su único escape del confinamiento fueron sus turnos en el hospital.
"Hace dos años no podías salir, tenías que estar demasiado atento de la gente que te rodeaba", dijo.
En general, las cosas han mejorado, dijo. La comunidad médica y científica sabe más sobre el virus y lo que se necesita para prevenir su propagación, así como de las vacunas y del uso adecuado de mascarillas.
Son esas estrategias preventivas las que permiten a Eyob sentirse seguro trabajando en una cafetería o saliendo a comer a un restaurante. Y son los pequeños actos de conexión humana, aquellos que le ayudan a crear resiliencia al entrar en el tercer año de la pandemia, los que dice que no volverá a dar por sentado.
"Estar rodeado de gente, mezclarse, estar acompañado en un lugar diferente, eso ayuda mucho. Incluso desde el punto de vista de la salud mental, ayuda mucho", afirma.
Y, por supuesto, ir a un evento deportivo también ayuda, al menos en cuanto a tener una vía de escape se refiere. Pero la gente tampoco quiere preocuparse a la hora de estar animando a sus equipos favoritos. Es justo decir que el estadio AT&T y otros recintos deportivos no son ni de lejos tan estrictos como Meyerson o Music Hall de Fair Park.
Quienes ven los deportes por televisión llevan meses observando que Dallas Cowboys habitualmente vende todas las entradas de un estadio con más de 93,000 asientos. Además de la ausencia de distanciamiento social, es fácil darse cuenta de que la mayoría de los asistentes no usan mascarillas.
Y, desde luego, tal vez más que cualquier otra disciplina, el mundo del deporte está lleno de polémica a causa de los atletas que se niegan a vacunarse, mientras que docenas de atletas universitarios y profesionales siguen dando positivo por COVID-19. Eso también nos deja entumecidos.
Los receptores abiertos de los Cowboys, CeeDee Lamb y Amari Cooper, desataron un torrente de críticas por presentarse a un reciente partido de Dallas Mavericks sin usar mascarilla. Cooper se perdió dos partidos a principios de esta temporada después de resultar positivo en COVID.
La gente ama el deporte, o no acudiría a los partidos de los Cowboys, quienes logran vender todas las entradas. Para un fan como Alex Hawkins, que cree que sí, que el espectáculo debe continuar —pero quien también teme enfermarse—, es un caso más de navegación por un campo minado de COVID.
Como dice Hawkins desde su posición en lo alto del gimnasio de Mansfield: "Sé que es lo que es. Sé que no es la nueva normalidad. Pero me gustaría que desapareciera".
____
(Los redactores Shawn McFarland, Dom DiFurio, Marin Wolf y Valeria Olivares contribuyeron a este informe).
____