WASHINGTON— La última vez que China organizó unos Juegos Olímpicos, en 2008, la potencia asiática tuvo un papel relativamente menor en la política estadounidense, mencionada durante los debates acerca de la externalización de puestos de trabajo y poco más.
Actualmente, la presencia de China en la política estadounidense es más relevante.
En los 14 años transcurridos desde los últimos Juegos Olímpicos de Pekín, la opinión pública sobre China se ha transformado e intensificado, según un grupo bipartidista de estrategas políticos y legisladores, modificando el modo en el que republicanos y demócratas hablan del país y cambiando su lugar en la conversación nacional.
Impulsado por su creciente influencia mundial y la percepción cada vez mayor de su hostilidad hacia Estados Unidos, un país que antes estaba en la periferia de la política estadounidense se ha acercado mucho más a su centro, teniendo un papel que probablemente solo crecerá en los próximos años.
"Solíamos verlos como a un competidor, y ahora el lenguaje ha evolucionado hacia la oposición", dijo Jim Messina, quien dirigió la campaña presidencial de Barack Obama en 2012. "Ahora el lenguaje ha evolucionado a una mentalidad más como de Guerra Fría".
El cambio conlleva amplias implicaciones, no solo para los partidos políticos y sus agendas políticas y normativas sino también para la comunidad empresarial, que ahora está sometida a una creciente presión para modificar su relación con el país, tanto por parte de los republicanos como de los demócratas.
En las entrevistas, Messina y otros estrategas políticos hablaron con frecuencia de la relación que tuvo Estados Unidos con la Unión Soviética en la segunda mitad del siglo XX, como punto de comparación, cuando el antagonismo de la Guerra Fría impregnaba la mayoría de los aspectos de la política estadounidense.
La relación con China aún no ha alcanzado ese nivel, añaden, y algunos críticos —especialmente los de izquierda— sostienen que una mayor confrontación con el país es innecesaria y contraproducente.
Pero una serie de encuestas de opinión pública muestra que el público es cada vez más antagónico hacia China, especialmente en los últimos años. Cuando en 2008 Gallup le preguntó a los estadounidenses su opinión de China, el 42 por ciento de los encuestados dijo que veía al país de forma favorable, mientras que el 55 por ciento dijo que lo veía de forma desfavorable.
En 2021, sin embargo, solo el 20 por ciento veía a China de forma favorable, mientras que el 79 por ciento lo veía de forma desfavorable—lo que supone un cambio de 46 puntos al margen.
Por su parte, en una encuesta realizada el año pasado Pew Research Center descubrió que el 67 por ciento de los estadounidenses dijo que se sentía "frío" hacia China, un aumento de 21 puntos desde 2018.
"La migración de la opinión que se tiene de China, que pasó de ser nuestro competidor número uno a ser nuestro adversario número uno, se ha profundizado bastante en los últimos cinco años", dijo Wes Anderson, un veterano encuestador del Partido Republicano. "Y sí coincide con la toma de posesión del [ex presidente Donald] Trump, pero no diría que es la única causa".
La ascendente animosidad hacia China, dicen los estrategas, es el resultado del creciente escrutinio de los abusos de derechos humanos del país hacia la minoría étnica uigur, así como su relación cada vez más antagónica con Taiwán, entre una amplia gama de otros factores.
La pandemia de coronavirus, originada en el país, también ha contribuido recientemente, aunque los estrategas advierten que esa solo una razón entre las muchas que explican el aumento en la ira.
En términos más generales, el país es visto como una amenaza financiera y militarista cada vez mayor para Estados Unidos, desafiando su papel de única superpotencia mundial mediante un conjunto diferente de valores sociales y económicos.
"Hoy en día, China es la segunda superpotencia", dijo Jim Kessler, vicepresidente ejecutivo de política de Third Way, grupo de reflexión centro-izquierdista. "Y creo que, entre los responsables políticos y los estadounidenses, tiene diseños poco claros sobre lo que quiere para el futuro y cómo este se relaciona con Estados Unidos".
Se trata de un abanico de preocupaciones más amplia que la que tenía el público estadounidense hace 10 o 15 años, cuando la mayoría de los votantes veía a China como una amenaza económica para los empleos obreros.
Así es como se manifestó el tema en la campaña electoral de entonces: el brazo de la campaña de los demócratas del Senado publicó un anuncio en Pensilvania en 2010, en el que aparecía el sonido de un fuerte gong antes de que se desplegara una bandera china en la pantalla, acusando a un candidato republicano de luchar para que los empleos estadounidenses se fueran a China.
"Esos anuncios no eran realmente sobre China", dijo Kessler. "Se trataba de la política estadounidense que permitía la salida de la manufactura, o al menos la percepción de esa política, en la que China obtendría los beneficios".
Ese tipo de ataque a la subcontratación de puestos de trabajo sigue siendo un elemento básico en la forma en la que los candidatos políticos hablan de China, aunque cualquiera de los dos partidos probablemente se enfrente a más reacciones, por la forma en que se diseñó el anuncio de 2010. Pero la gama de ataques de campaña desplegados por los candidatos también ha aumentado desde entonces.
Durante las últimas elecciones presidenciales, por ejemplo, Trump y el entonces candidato Joe Biden se enfrentaron agresivamente por todo el país, con Trump acusando a Biden de ser la "marioneta" del país asiático, mientras que el demócrata replicó que la política de Trump rara vez coincidía con su retórica cuando se trataba de la nación.
Incluso en unas elecciones celebradas con el telón de fondo de una pandemia mortal y una recesión económica, el país ocupó un lugar destacado en ambas campañas.
"De hecho, hubo más anuncios en la carrera presidencial referentes a China que al COVID", dijo Messina.
Trump perdió la carrera, pero sus posturas sobre China —en particular los aranceles que niveló sobre algunos productos del país— tuvieron un efecto duradero en un partido que alguna vez respaldó uniformemente el libre comercio.
En las elecciones primarias del Partido Republicano de Pensilvania de este año, por ejemplo, el candidato republicano para el Senado, David McCormick, fue atacado en anuncios de televisión por un compañero republicano a raíz de supuestos vínculos estrechos que tiene con el país. Es el tipo de crítica dentro de unas elecciones primarias del partido que, según los republicanos, habría sido más difícil de imaginar a principios de siglo.
"En la base de las elecciones primarias del Partido Republicano, el número de personas que están dispuestas a defender el libre comercio con China se ha reducido drásticamente", dijo Anderson. "Realmente se está hablando de un 10 por ciento de la base del partido que dice: 'Espera, no sacrifiques lo bueno por lo malo'. El resto ha adoptado una posición muy populista que dice: 'Deberíamos tratar a China con más dureza'".
Anderson afirma que su propia investigación lo ha sorprendido, por el profundo antagonismo que siente el público hacia China, a la que tres cuartas partes del país consideran su principal adversario.
Es un pesimismo público que, según otros defensores, ya está afectando a las empresas estadounidenses que operan en China. Esa tensión quedó patente el mes pasado, cuando un propietario minoritario de Golden State Warriors de la NBA dijo que "a nadie le importa" el trato que el país da a los uigures.
El comentario suscitó numerosas críticas, y, para algunos expertos en política conservadora, fue un indicio de cómo algunos líderes del sector privado no entienden lo fuera de lugar que están en lo relativo a la opinión pública, así como las consecuencias que podría tener en los próximos años.
"Ahora mismo no es viable decirle a las empresas que se vayan de China, pero sí lo es decirles: 'Bueno, quédense en China, pero no les vamos a dar dinero de los contribuyentes'", dijo Walter Lohman, director de Asian Studies Center de la conservadora Heritage Foundation. "Creo que vale la pena dejarlo claro desde el inicio".